La temperatura de la noche es agradable, aunque por desgracia la luna brilla demasiado. Aparece de entre unas matas de hierba, en lo profundo de una forestada pendiente, un pequeño ser. Olfatea, tímido, el aire, moviéndose sus bigotes. Mira desconfiado hacia las copas de los árboles. A una docena de metros más abajo, se ven varios nogales, que crecen imponentes con su plateada corteza brillando a la luz de la luna. Y en el suelo se divisan sombras redondeadas.
Él sabe que no es seguro bajar allí, pues el cazador de la noche siempre anda buscando. No obstante tiene hambre y no hay nada más delicioso en muchos metros a la redonda. Sopla una brisa. Duda un momento. Después baja entre la hojarasca con sus pequeñas pero ágiles patas, rápido pero a la vez con extremo cuidado, ya que es sabedor de que la noche escucha cada ruido minúsculo. Alcanza su preciada delicia y empieza a roer la cáscara con gran habilidad. De vez en cuando detiene su labor y se para a escuchar la noche, mirando nervioso y articulando las orejas.
Por fin toma el primer bocado, definitivamente ha valido la pena arriesgarse tanto. Sin embargo oye un ruido repentino. Deja la pieza en el suelo y echa a correr hacia algún sitio cercano en el que esconderse. Corre con el corazón desbocado, alcanza a sentir una presencia mucho más grande que él, encima, y escucha el suave y amortiguado rasgar del aire con las plumas. Siente un agudo dolor en la espalda, el corazón late ya a una velocidad insana. Ve un rostro redondo y blanco con ojos negros y pico curvo antes de perder el sentido. La temperatura de la noche es agradable. Brilla la luna. Sopla una brisa.
Él sabe que no es seguro bajar allí, pues el cazador de la noche siempre anda buscando. No obstante tiene hambre y no hay nada más delicioso en muchos metros a la redonda. Sopla una brisa. Duda un momento. Después baja entre la hojarasca con sus pequeñas pero ágiles patas, rápido pero a la vez con extremo cuidado, ya que es sabedor de que la noche escucha cada ruido minúsculo. Alcanza su preciada delicia y empieza a roer la cáscara con gran habilidad. De vez en cuando detiene su labor y se para a escuchar la noche, mirando nervioso y articulando las orejas.
Por fin toma el primer bocado, definitivamente ha valido la pena arriesgarse tanto. Sin embargo oye un ruido repentino. Deja la pieza en el suelo y echa a correr hacia algún sitio cercano en el que esconderse. Corre con el corazón desbocado, alcanza a sentir una presencia mucho más grande que él, encima, y escucha el suave y amortiguado rasgar del aire con las plumas. Siente un agudo dolor en la espalda, el corazón late ya a una velocidad insana. Ve un rostro redondo y blanco con ojos negros y pico curvo antes de perder el sentido. La temperatura de la noche es agradable. Brilla la luna. Sopla una brisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario